martes, 31 de octubre de 2006

Fragmento XV

No recibió ninguna respuesta, tan sólo una advertencia. Hoy iba a ser el último de sus días. Tras esto, el tirano ordenó el ataque. Sin embargo, las misteriosas naves no luchaban en formación sino que se distribuían de una forma aleatoria, rodeando cada cierto número de ellas a un objetivo. Su maniobrabilidad era increíble. Lograban colarse entre las líneas enemigas y provocar el caos. Ello forzó un nuevo reagrupamiento alrededor de la nave nodriza desde donde comandaba Sumus. Pero esta nueva disposición esférica no dio buenos resultados. Ahora las naves misteriosas se agruparon en una única formación y atacaron una zona concreta del escudo esférico enemigo, consiguiendo abrir una brecha y penetrar dentro. Una de las naves se dirigió hacia la nave nodriza. El emperador mandó naves de asalto para que la interceptaran y no permitieran su acercamiento. Fue en vano, ya que la habilidosa nave se deshizo sin muchos problemas de ellas. La siguiente orden fue derribarla utilizando los cañones positrónicos de plasma. Cuál fue su sorpresa al descubrir que la nave estaba protegida por un campo de fuerza, que impedía cualquier tipo de agresión externa. Ya sólo quedaba como única defensa, antes de que accediera a la bodega de naves, el escudo protector. Pero también fue capaz de atravesarlo sin sufrir ningún daño. Finalmente la escurridiza nave se posó sobre la cubierta de la bodega. Tras apagar los motores, el desconocido piloto abrió la compuerta y salió de ella. Se trataba de un hombre joven, con barba, alto y fuerte. Vestía una coraza plateada que se ajustaba a su anatomía musculosa y una túnica carmesí. En el cinturón portaba un sable láser. Las tropas imperiales le cercaron y trataron de someterle. Sin embargo, con unos cuantos movimientos de su sable y la ayuda del mencionado campo de fuerza que le protegía, consiguió vencerles. Esto suscitó el interés del emperador por enfrentarse personalmente a tan digno rival. Así que ordenó a las restantes tropas que se apartaran del avezado luchador y dejaran que se acercase a él.



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domingo, 29 de octubre de 2006

Fragmento XVI

- ¿A quién tengo el placer de dirigirme, forastero? –preguntó el tirano-.
- Mi nombre no importa, aunque quizás te consuele conocer el nombre de tu asesino –respondió el desconocido-.
- Ja,ja. En serio esperas matarme. ¿Tú? No lo creo. He luchado con gente más experimentada y nadie ha estado a mi altura. Bueno, habla de una vez, no tengo todo el día. He de finiquitar esta guerra hoy.
- Soy Viriath Altros. Vengo de más allá de los confines de la galaxia, al frente de una poderosa flota de ataque aliada. Partí, hace ya más de siete años, con la intención de reclutar y solicitar ayuda a los pueblos y razas que viven en esa parte de nuestro universo. Al principio se mostraron reacios a ayudarme. Con una tecnología mucho más desarrollada que la nuestra, no veían peligrar sus civilizaciones en caso de ataque y nos consideraban pueblos inferiores. Sin embargo, debido a tu creciente ambición y sed de expansión, al final accedieron a mi solicitud. Contempla el fin de tu flota porque va a ser una de las últimas cosas que veas con vida – concluyó Vir señalando con el dedo hacia la imagen exterior de la contienda.
Eran ciertas sus palabras. Las otrora numerosas tropas imperiales estaban siendo diezmadas por aquellas naves misteriosas que no cesaban de atacar y producir bajas considerables. Realmente la tecnología de éstas era superior a la suya. Sumus Taxus no podía dar crédito a lo que estaba viendo con sus propios ojos. Alterado por lo que estaba ocurriendo, ordenó a su tripulación emprender rumbo hacia su base más cercana mientras las restantes naves imperiales protegían su huida.
- Puede ser que esta batalla haya sido pérdida. Pero juro que volveré, con más tropas, con más dureza y severidad para mis enemigos. Ahora, acabemos esto que has empezado. – dijo el tirano-.
Sumus se despojó de su capa y tomó un sable láser. La figura del emperador no tenía nada que envidiar a la de Viriath. Un cuerpo de puro músculo, con unas espaldas anchas y fornidas.
- Luchemos al estilo clásico, solamente con sables láser. Así me demostrarás cuánto de habilidoso eres –sugirió esta vez-.
De esta manera se inició la lucha. Los sables se entrechocaban continuamente, saltando chispas eléctricas en todas direcciones. Los golpes de ambos contrarios parecían coordinarse en una especie de danza de combate que siempre acababa en la misma posición.


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martes, 24 de octubre de 2006

Fragmento XVII

- Como habrás podido observar yo también soy capaz de crear un campo de fuerza a mi alrededor que me protege de los ataque a distancia. Dime una cosa, ¿quién te ha enseñado esta técnica? ¿Quizás algún discípulo del maestro Wêj Töyq? Yo pensaba que había aniquilado a todos los canateos –preguntó Sumus-.
- No, fue el mismísimo maestro quién me adiestró - respondió Viriath-.
- No puede ser. Si yo acabé con su vida después de aprender todos sus conocimientos.
- Para ser discípulo suyo, no fuiste muy agradecido con el maestro. Lo dejaste medio muerto y abandonado en el desierto de ahí abajo. Por suerte una nave comercial extragaláctica lo recogió y lo auxilió. Cuando fui a pedir ayuda al pueblo sinerfer, lo encontré entre ellos. Al saber que tú estabas detrás de todos los males de la galaxia, se ofreció a entrenarme para que pudiera hacerte frente y salir victorioso – dijo Viriath-.
- Pues ya ves, con todo lo que te ha enseñado ese viejo no creas que vas a vencerme.
La lucha prosiguió durante bastante tiempo. Ambos contrincantes ahora habían aumentado la intensidad de sus campos de fuerza, de tal modo que el aire, a su alrededor, estaba tan ionizado que se descomponía en sus moléculas elementales. Cada vez que se aproximaban, se producían ondas de choque de energía en las cercanías del punto de encuentro.
- Ríndete, Viriath. Te noto un poco cansado. Yo, sin embargo, todavía me mantengo fresco. Si aceptas y me rindes pleitesía, te nombraré general supremo de mis tropas. Tan sólo yo estaré en rango por encima de ti. Tendrás todo el poder y riquezas que jamás hayas imaginado. Vale la pena tanto sufrimiento por una causa que a priori está perdida.
- Sumus. He soñado desde niño con que llegara este día. Quizás tú no lo recuerdes pero hace veinticuatro años que un malvado tirano en la plaza del mercado de Ciudad Arco cambió radicalmente mi vida. Me privó de mi familia y de una infancia feliz. Me sumergió de lleno en un mundo de adultos donde crecí demasiado rápido sin darme cuenta. Sí, en cierta manera, tú has sido responsable de la persona que soy. Para que no pienses que soy un desagradecido, y siguiendo el ejemplo que me has mostrado con tu maestro, quiero devolverte todo el sufrimiento obsequiado de forma tan altruista.
Con tres simples y rápidos movimientos, Viriath logró inmovilizar al emperador. Después, otra serie de golpes por todo el cuerpo culminaron el ataque.
- ¿Cuál es el ataque que me has efectuado? Lo desconozco por completo – preguntó Sumus-.
- Es una técnica secreta llamada Muerte Roja que me enseñó el maestro. Él siempre desconfiaba de la gente como tú. Sabía que si ponía en tus manos semejante conocimiento, lo usarías de forma incorrecta en tu propio beneficio. He inmovilizado las extremidades de tu cuerpo y creado puntos de concentración de sangre. Notarás como tu torrente sanguíneo se desplaza hacia dichos coágulos que terminarán por estallar. Dicen que es una muerte lenta, eterna, en la que la víctima, sin llegar a perder el conocimiento, grita pidiendo que acaben con ella de una vez por todas.
- Si crees que yo te voy a suplicar es que no me conoces –pronunció el tirano con dificultad-.
El gesto de su rostro mostraba un dolor insoportable en aumento. Antes de que se produjera la muerte definitiva, Viriath atravesó con su sable láser el corazón del tirano y después lo degolló. Durante unos instantes sostuvo en alto la cabeza del emperador y mirándole fijamente a la cara, le dedicó las siguientes palabras:
- No podía permitir dejarte morir pensando que había sido la Muerte Roja, y no yo, quién te había robado el último aliento. Adiós emperador. Con tu muerte saldo mi deuda y libro al universo de tu inconmensurable codicia y tiranía.
Hecho esto, arrojó la cabeza al espacio.
Las tropas imperiales permanecían calladas, inmóviles como los restos del cuerpo inerte del emperador, sin saber qué hacer ni decir.
- ¿Quién es ahora el oficial de mando en la nave? –preguntó Viriath-.
- Yo, señor – respondió uno de los oficiales-.
- Ordena a tus tropas que cesen toda hostilidad y que regresen al planeta Cûjq. Allí depondréis vuestras armas y seréis juzgados conforme a las leyes de nuestro sistema.
- Entendido, señor. Ahora mismo llevaré a cabo sus órdenes –contestó temeroso el oficial sin dilación-.


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jueves, 19 de octubre de 2006

Fragmento XVIII

Cuando por fin la nave nodriza aterrizó sobre la superficie del planeta, un montón de tropas y naves aliadas estaban esperando su llegada. Entre ellas, como no podía ser menos, la fragata Dïrûs X29. Nada más bajar, estaban esperándole Fen y Qym. Sin embargo, el recibimiento fue distinto de lo esperado.
- Qym, no sabes cuánto tiempo he esperado a que llegase este momento. ¡Qué cambiada estás! – dijo Vir-.
- Eres un maldito cobarde y un estúpido. Lo que me hiciste no tiene perdón. ¡Toma! – dijo Qym mientras propinaba una severa bofetada a Vir que no supo muy bien cómo reaccionar.
- Ahora, bésame si quieres –continuó diciendo ella-.
Y ambos se fundieron en un efusivo y prolongado beso.
- Viriath, no sabes lo orgulloso que me haces sentir. Si tu padre estuviera vivo, seguro que también se sentiría así –dijo Fen-.
- Gracias capitán. Por fin me siento liberado, como si me hubiese quitado un gran peso de encima. Ya no hay nada que temer. Podemos mirar al futuro con otros ojos, los de la libertad.
- Tienes mucha razón y todo es gracias a ti, mi amor –dijo Qym-.
- Permite que satisfaga mi curiosidad, pero ¿cómo diste con los pueblos aliados? –preguntó Fen-.
- Después de estar esquivando durante días asteroides y meteoritos, mi nave se quedó sin combustible y a la deriva. Después, una tormenta solar me arrastró hacia un planeta donde se estrelló mi nave y quedé inconsciente. Al cabo de tres días desperté en una ciudad. Una familia que pasó cerca de donde se produjo el accidente, me había rescatado. Al principio me costaba bastante entenderlos porque hablaban con una mezcla rara de dialectos. Poco a poco fui aprendiendo los distintos lenguajes y costumbres. Fueron ellos los que me pusieron al día de la existencia de nuevos pueblos y razas. A partir de ese momento, comenzó mi travesía de ciudad en ciudad y de planeta en planeta, pidiendo ayuda -contestó Vir-.
En los días que siguieron a la victoria aliada, Viriath fue aclamado como héroe y recibido con todos los honores allá donde iba. Todo el mundo quería estar a su lado para hacerse una foto. Eso sí, siempre estuvo acompañado por Qym y el capitán, de los que nunca más volvió a separarse. Se casó con ella y se estableció en la granja que tenía su familia en Ciudad Arco. Tuvo tres hijos y durante el tiempo que vivió fue la persona más feliz del mundo, incluso yo me atrevería a decir que de la galaxia.

FIN


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