martes, 24 de octubre de 2006

Fragmento XVII

- Como habrás podido observar yo también soy capaz de crear un campo de fuerza a mi alrededor que me protege de los ataque a distancia. Dime una cosa, ¿quién te ha enseñado esta técnica? ¿Quizás algún discípulo del maestro Wêj Töyq? Yo pensaba que había aniquilado a todos los canateos –preguntó Sumus-.
- No, fue el mismísimo maestro quién me adiestró - respondió Viriath-.
- No puede ser. Si yo acabé con su vida después de aprender todos sus conocimientos.
- Para ser discípulo suyo, no fuiste muy agradecido con el maestro. Lo dejaste medio muerto y abandonado en el desierto de ahí abajo. Por suerte una nave comercial extragaláctica lo recogió y lo auxilió. Cuando fui a pedir ayuda al pueblo sinerfer, lo encontré entre ellos. Al saber que tú estabas detrás de todos los males de la galaxia, se ofreció a entrenarme para que pudiera hacerte frente y salir victorioso – dijo Viriath-.
- Pues ya ves, con todo lo que te ha enseñado ese viejo no creas que vas a vencerme.
La lucha prosiguió durante bastante tiempo. Ambos contrincantes ahora habían aumentado la intensidad de sus campos de fuerza, de tal modo que el aire, a su alrededor, estaba tan ionizado que se descomponía en sus moléculas elementales. Cada vez que se aproximaban, se producían ondas de choque de energía en las cercanías del punto de encuentro.
- Ríndete, Viriath. Te noto un poco cansado. Yo, sin embargo, todavía me mantengo fresco. Si aceptas y me rindes pleitesía, te nombraré general supremo de mis tropas. Tan sólo yo estaré en rango por encima de ti. Tendrás todo el poder y riquezas que jamás hayas imaginado. Vale la pena tanto sufrimiento por una causa que a priori está perdida.
- Sumus. He soñado desde niño con que llegara este día. Quizás tú no lo recuerdes pero hace veinticuatro años que un malvado tirano en la plaza del mercado de Ciudad Arco cambió radicalmente mi vida. Me privó de mi familia y de una infancia feliz. Me sumergió de lleno en un mundo de adultos donde crecí demasiado rápido sin darme cuenta. Sí, en cierta manera, tú has sido responsable de la persona que soy. Para que no pienses que soy un desagradecido, y siguiendo el ejemplo que me has mostrado con tu maestro, quiero devolverte todo el sufrimiento obsequiado de forma tan altruista.
Con tres simples y rápidos movimientos, Viriath logró inmovilizar al emperador. Después, otra serie de golpes por todo el cuerpo culminaron el ataque.
- ¿Cuál es el ataque que me has efectuado? Lo desconozco por completo – preguntó Sumus-.
- Es una técnica secreta llamada Muerte Roja que me enseñó el maestro. Él siempre desconfiaba de la gente como tú. Sabía que si ponía en tus manos semejante conocimiento, lo usarías de forma incorrecta en tu propio beneficio. He inmovilizado las extremidades de tu cuerpo y creado puntos de concentración de sangre. Notarás como tu torrente sanguíneo se desplaza hacia dichos coágulos que terminarán por estallar. Dicen que es una muerte lenta, eterna, en la que la víctima, sin llegar a perder el conocimiento, grita pidiendo que acaben con ella de una vez por todas.
- Si crees que yo te voy a suplicar es que no me conoces –pronunció el tirano con dificultad-.
El gesto de su rostro mostraba un dolor insoportable en aumento. Antes de que se produjera la muerte definitiva, Viriath atravesó con su sable láser el corazón del tirano y después lo degolló. Durante unos instantes sostuvo en alto la cabeza del emperador y mirándole fijamente a la cara, le dedicó las siguientes palabras:
- No podía permitir dejarte morir pensando que había sido la Muerte Roja, y no yo, quién te había robado el último aliento. Adiós emperador. Con tu muerte saldo mi deuda y libro al universo de tu inconmensurable codicia y tiranía.
Hecho esto, arrojó la cabeza al espacio.
Las tropas imperiales permanecían calladas, inmóviles como los restos del cuerpo inerte del emperador, sin saber qué hacer ni decir.
- ¿Quién es ahora el oficial de mando en la nave? –preguntó Viriath-.
- Yo, señor – respondió uno de los oficiales-.
- Ordena a tus tropas que cesen toda hostilidad y que regresen al planeta Cûjq. Allí depondréis vuestras armas y seréis juzgados conforme a las leyes de nuestro sistema.
- Entendido, señor. Ahora mismo llevaré a cabo sus órdenes –contestó temeroso el oficial sin dilación-.


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