martes, 7 de noviembre de 2006

Fragmento XIII

A la mañana siguiente, la reacción de Qym no se hizo esperar.
- ¡Por qué se ha ido! ¡Cobarde! Si me lo hubieras dicho antes, habría sido capaz de convencerlo para que no hiciera semejante estupidez - gimoteó Qym-.
- Me temo que, precisamente, por eso no quiso que te enterases. En el fondo, creo que su amor por ti iba más allá de lo fraternal. Además, me dio también esta nota para ti – dijo el capitán-.
- Sí, yo también le amo, aunque nunca tuve el valor de confesarlo.
Metida pulcramente en un sobre, la nota contenía el siguiente mensaje:
“Qym, no temas por mí ni seas presa de la congoja. Me marcho, voluntariamente, sin coacción alguna, persiguiendo mi destino. Lo hago para tener una oportunidad de vivir libremente el mañana. Para poder estar juntos sin estar preocupados. Por nuestro mundo y por nosotros. Sé que tu padre cuidará de ti mucho mejor de lo que lo hubiera hecho yo mismo. Adiós, mi amor.”
- Estabas en lo cierto, papá. Nunca le perdonaré haberme hecho esto. ¡Nunca! – gritó Qym antes de romper a llorar desconsoladamente -.
Pasaron muchas primaveras y estíos desde la partida de Viriath. La situación en la galaxia era cada vez más complicada. El emperador Sumus Taxus había iniciado la guerra acosando las posiciones estratégicas descubiertas del movimiento rebelde. Poco a poco había ido tomando las bases y obligando a las células a emprender la huida. Ciudad tras ciudad, planeta tras planeta, ya no existía rincón que no estuviera bajo dominio imperial. Una auténtica reconquista en toda regla. Sin prisioneros, ejecutando a todos los que osasen desafiar su poder. La victoria del tirano estaba más cerca que nunca. Casi la podía acariciar con la yema de los dedos. Con su estrategia había conseguido arrinconar a toda la flota rebelde en el último planeta de la galaxia, Cûjq. La última batalla por librar era inmediata, sólo cuestión de horas. Por su parte, las tropas de Yth Gersbol se habían organizado en dos frentes. Sobre la superficie del planeta, contingentes de artillería pesada, infantería y tropas de asalto terrestres esperaban la llegada de las correspondientes divisiones enemigas. Sobre el cielo la flota de naves se disponía en tres líneas: primero, los veleros de contención rápida junto con cruceros cargados con misiles de perforación. En segunda línea los destructores de campo esférico junto con las fragatas de medio alcance. Por último, las fragatas de gran alcance y los acorazados con blindaje invisible. Antes de que se iniciase el combate, las tropas imperiales invitaron a sus oponentes a deponer las armas, prometiéndoles el perdón de sus vidas a cambio de la rendición. Sin embargo, todo era una estratagema del emperador para que la batalla no se prolongase con más pérdidas de las previstas. Los astutos rebeldes no aceptaron. Sabían de muy buena tinta cuánto de bondadoso era el tirano. Sin más dilación, comenzó la batalla. El primero en atacar fue el emperador. Sus naves de contención se aproximaron a la primera línea rebelde y en pocos instantes reaccionó esta última. Un cruce de disparos láser y de plasma iónico hacía que esa parte de la galaxia centelleara como si se estuviera produciendo el nacimiento de estrellas.

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